Cómo perdimos el tiempo – 4

– No me puedo creer que dijerais esto. Peor, que hayáis puesto estas palabras en mi boca.

Estaban conduciendo de camino a Bilbao en una desvencijada furgoneta que contenía todas sus supuestas pertenencias. Juanjo – no tenía sentido seguir llamándose de usted si iban a trabajar juntos – iba al volante. Anya iba revisando en su tablet el blog confesional que teóricamente había escrito como postulante a formar parte de Tartessos. Y no sabía si le podía más la furia o la vergüenza a la vez ajena y propia.

– Por amor de Dios, Juanjo. Esto es de un lameculismo patético. «El zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta es un libro bastante denso, pero por suerte el poso acumulado a lo largo de esta vía tartesia y la Tartesopedia me han dado indicaciones para hacer la interpretación correcta y entender cómo contribuye a la conversación sobre una vida interesante y distribuida. ¡Gracias, tartesios!»

Juanjo sonrió. – Sí, me acuerdo de escribir ese post. Luego Gebara dejó un comentario ¿no?

– «¡Gracias a ti, Anya! Se me empañan los ojos… ¡es maravillosa la experiencia de ver cómo nuestros caminantes van recorriendo la vía, añadiendo sus contribuciones, desde la libertad empoderadora del hablar franco y la parresía! ¡Gratis!» – Anya miró a Juanjo. – ¿Gratis? ¿Quiere decir que a veces cobran?

– «Gratis» es «gracias» en tartesicus. Un latín macarrónico que supuestamente hablan entre ellos. Y que vamos a tener que aprender.

– No entiendo. Pero ¿Tartessos no era una ciudad ibérica prerromana? Entonces hablarían ibérico, o si acaso fenicio o griego, supongo.

– Sí, bueno. El ibérico y el fenicio no se conocen. Y el griego es muy difícil. Como el euskera. Viviendo en plena República Independiente de Arrasate, prefieren inventarse un idioma propio que molestarse en aprender el batúa.

– ¿Y cuál es la lógica de eso?

– Aparentemente, que como no hay hablantes nativos es igual de difícil para todos, así que nadie tiene ventaja. – Miró la cara de Anya. – Sí, ya lo sé. No hay por donde cogerlo.

– Pero ¿su entorno? ¿No pretenderán que los no-tartesios aprendan latín inventado?

– Están mal de la cabeza, pero no tanto. No, cuentan con la pequeña trampa – jamás mencionada – de que, después de todo, pese a todos los procesos de euskaldunización intensiva, en la República todo el mundo sigue sabiendo hablar castellano. Pero eso nunca se dice. Y por supuesto, todos los brindis son siempre en euskera y tartesicus.

Anya volvió a la lectura, mascullando «joder, joder, joder». Leyó unos diez minutos en silencio, y después volvió a bajar la tablet y clavó una mirada heladora en Juanjo.

– Por lo que veo, esencialmente voy a servir de cebo para Gebara. Y no sólo en el sentido intelectual. ¿Me equivoco?

Juanjo hizo una mueca, una mezcla de vergüenza y profundo desagrado. – No, no te equivocas. Eres bastante su tipo.

– ¿Rubia?

– Groupie mona. – Miró a Anya de refilón. – Lo siento. Era estrictamente necesario. Sabemos que las dinámicas tartesias son un reflejo de las dinámicas en su cúpula, que a su vez se rigen de modo casi exclusivo por los cambios de humor de Gebara. Si consigues ganarte su confianza, se generarán cambios internos que nos permitirán estudiar a fondo cómo funcionan.

Anya le miró de hito en hito, en silencio. Juanjo agachó la cabeza, claramente disgustado. Al cabo, dijo: – Siento mucho todo esto, Anya. Sobre todo después de lo que te pasó con Inditex. Pero eres la mejor antropóloga corporativa con diferencia, y realmente te necesitamos en este trabajo. Hubiera preferido que fuera de otro modo. Pero sabes cómo son las dinámicas en este tipo de comunidad sectaria. Siempre.

Anya respiró hondo. – Tensión sexual ¿no?

– A lo bestia. Tartessos tiene estructura de harén, con una jerarquía perfectamente definida. Está el dueño del harén, Gebara. Está la favorita, Bel. Está la mascota. Cualquier hombre o mujer que entre en Tartessos es incorporado de inmediato en ese esquema. Incluso las lesbianas.

– Puedo entender cómo encajan las mujeres – cómo voy a encajar yo. Supongo que la idea es que funcione como agente provocador, desestabilizando la estructura a ver qué pasa. Pero no entiendo muy bien cómo encajan los hombres. ¿Qué papel vas a ocupar tú en ese harén?

Juanjo no apartó la vista de la carretera, con gesto impasible. – ¿Yo? Yo voy a ser un eunuco, claro.

—-

http://lasindias.com/como-perdimos-el-mundo-04/

4 comentarios en “Cómo perdimos el tiempo – 4

  1. Tartesos Ugarte

    Qué relato tan interesante. Refleja muy bien los síndromes de ciertas comunidades geek que convierten en ley universal las particularidades mal interpretadas del hackerismo del siglo XX: en especial es llamativa la ignorancia – seguramente deliberada – del efecto red, esencial en las lenguas como en los servicios de internet. Pretenden crear costes absurdos bajo la bandera de autonomía e independencia cuando, en realidad, se trata de reunir componentes de conducta sectaria. Buscaré algunos papers de la antropología irlandesa, que ha estudiado mucho el fenómeno.

    Me gusta

    Responder
  2. Tartesos Ugarte

    Por ejemplo, es muy sintomática de estas comunidades la construcción de fakes y relatos falsos bajo denominaciones grecorromanas que, descritos casi como una disciplina de ciencias sociales sistematizada, se denominan mitos.

    Me gusta

    Responder
  3. Pingback: Cómo perdimos el mundo | Samizdat X

  4. Pingback: Marketum | Tartesopedia

Delibera, aunque sea banal

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.